Lo que enseña el amor

¡Hola, chicos! Esta entrada participa de la convocatoria de El tintero de Oro, de David Rubio. En esta oportunidad, vamos a escribir un cuento de hadas, al estilo de los cuentos tradicionales. Los dejo con el cuento.

En todos los reinos se cuecen habas, es un adagio que, por muy conocido, no deja de ser cierto. Y es tan cierto que nuestra historia nos mostrará un claro ejemplo.

Érase una vez, en un reino muy muy lejano, una dulce niña de largos cabellos y modales de princesa llamada Corina. La niña vivía con una mujer anciana que no era su madre, pero las dos se adoraban como se adora a las personas que nos hacen bien. Tan grande era su amor que despertaba los celos de algunas personas. Pero de eso les hablaré más adelante.

Marina, la anciana, no era cualquier anciana, había sido la gobernante del reino, hasta que su hija mayor la sucedió en el trono. Irina, que así se llamaba su hija, se convirtió en reina luego de casarse con un príncipe, pero al enviudar, su posición en el trono estaba siendo amenazada por su propia hermana, Cristal.

Como los celos no tienen fronteras, Cristal odiaba a su hermana por muchas cosas. Entre otras, por ser la preferida de la reina madre, por haberse casado con un príncipe y por tener una hija que era la luz de los ojos de su abuela.

Irina notando la amenaza que era Cristal para su hija, decidió alejarla de palacio y la envió al campo al cuidado de su abuela. Allí, lejos de los problemas, la niña fue creciendo cariñosa y humilde.

Cristal no dejó de buscar a la niña y a su madre. Pasaron unos años y al fin, con la ayuda de una bruja, localizó su ubicación.

Así que una mañana de tibio sol, Cristal se presentó en la cabaña. Podrán imaginar cómo enfureció la princesa cuando llegó y vio que su propia madre la estaba criando como futura reina. Los celos la cegaron y juró que se desharía de la joven princesa.

Sin perder tiempo, Cristal volvió a consultar a su bruja. Esta vez le pidió una pócima para que perdiera la memoria y no supiera cómo reinar ni reconociera a su familia. La bruja accedió, pero le dijo que solo dos cosas no se olvidan: lo que enseña el amor y lo que enseñan los errores.

Cristal, sin comprender lo que decía la bruja, se dirigió al bosque a visitar a su sobrina y a su madre. Y cuando le servían un té de menta, aprovechó una distracción y volcó el brebaje mágico en la tasa de la niña.

Corina bebió el té con lentitud, pero luego comenzó a sentirse rara. Se disculpó diciendo que no se sentía bien, y se marchó a su cuarto algo mareada y confundida.

Cristal se sintió satisfecha, se fue pensando que su artimaña había tenido éxito. Y al llegar al palacio ejecutó la segunda parte de su plan: deshacerse de su hermana.

Con ayuda de la bruja, consiguió una pócima que tenía como finalidad volver loca a la reina. Ya empezaba a saborear el placer de ser la única disponible para ocupar el trono.

La reina cayó enferma y el día de la reclamación del trono llegó. Pero, pese a todos los esfuerzos de la malvada, Corina también se presentó en el palacio, acompañada por su abuela.

Los ministros no estaban conformes con las reclamantes al trono, ya que consideraban que Cristal no era suficientemente buena para convertirse en reina y Corina era demasiado joven. Pero como ninguno de ellos procedía del linaje real, debían elegir a una sucesora entre ellas dos.

El ministro más anciano procedió entonces a someter a una prueba a las dos princesas. Les dio una moneda de oro y les dijo que tenían que decidir a quién dársela. Por un lado, había un noble que reclamaba una deuda, por otro un niño que tenía hambre y por último podían tomar la moneda como recompensa por su trabajo regio.

Cristal respondió enseguida que les daría la moneda a los nobles, porque son ellos los que mantienen unido al reino. Pero los ministros no creyeron en sus buenas intenciones.

Corina dijo que ella le daría la moneda de oro al niño, para que comiera y se educara como un buen ciudadano.

Una exclamación se escuchó entonces en el palacio. Los ministros quedaron sorprendidos por las sabias palabras de la joven. Deliberaron y decidieron que Corina sería la nueva reina, porque su respuesta demostraba un corazón noble y generoso, digno de una reina.

Y como suele pasar a los villanos, Cristal salió del palacio enojadísima. Fue directo a la casa de la bruja y le reclamó porque su pócima no había surtido el efecto que ella deseaba.

–¿Cómo puede ser que no hubiera olvidado cómo comportarse como reina? –gritaba sin cesar.

–Yo te expliqué que no se olvida lo que enseña el amor.

–¿Y por qué yo no aprendí lo mismo?

–Porque tu amor está dirigido al poder y las riquezas y no a las personas. Pero todavía estás a tiempo de aprender, porque otra cosa que no se olvida es lo que se aprende de los errores.

La pataleta que tuvo Cristal fue memorable. Se la vio salir de palacio gritando y pateando e insultando en varios idiomas. Pero la nueva reina, Corina, le dijo que volviera cuando quisiera.

No sabemos si Cristal aprendió de sus errores, solo sabemos que Corina jamás olvidó cómo ser reina.

Moraleja: Nunca se olvida lo que se aprende con amor, todo depende de qué amamos.

(C) Meg